LO CONTRARIO
Llevaban casados diez años. Una
pareja desigual en cuanto al físico y la formación. Un administrativo y una veterinaria.
El marido mediría unos 1,85 m y ella 1,50. La diferencia de altura era
constatable cuando estaban juntos.
Fueron capaces de tener hasta 4 hijos
en ésos años de relación matrimonial. Los niños habían salido al padre: cariñosos,
amables, educados, respetuosos, etc. Todo esto se lo había inculcado Pedro, el
padre, que tenía las tardes libres y que intentaba formarles en el respeto
mutuo. A las dos niñas mayores les decía que no había que pegar a los otros dos
niños más pequeños sólo porque fueran mayores que ellos, ni siquiera
insultarlos, reírse de ellos, etc. Solo les transmitía el respeto que debían
tenerse y los formaba en humanidad y convivencia.
Su mujer, a veces, venía a casa
por la noche con un malhumor terrible. Y le gritaba a su marido: “¿Todavía no
has hecho la cena?”, ¿Qué has estado haciendo? ¿Jugar con los nenes? Y todavía
estás haciendo ejercicios con ellos…
Él intentaba calmarla diciéndole
que se ponía a hacer la cena porque ya estaban acabando. Pero ella, sentada fumándose
un cigarrillo, le seguía gritando que no servía para nada, ni siquiera para
traer tanto dinero como ella para vivir... Y mientras tanto, sus hijos
escuchando medio asustados del histerismo de la madre, a la que cada vez
querían menos.
Claro, estos temas salían en las
conversaciones que él tenía con sus compañeros en el trabajo. Y recibía un
montón de consejos como, por ejemplo, que cuando ella intentara pegarle en
momentos de gran tensión, y a veces lo hacía de verdad, ya que él era tan alto,
podía defenderse de ella, María, con una altura de una enana, y dejarla KO con
un tortazo fuerte.
Los casos de violencia de ella
contra él seguían produciéndose, tanto verbal como física. Los compañeros de
trabajo de Pedro, muy sensibilizados por el caso, le decían que la denunciara a
la justicia, pero su carácter pusilánime no le permitía realizar tal acción,
pues podía acabar con una separación y una pérdida de sus hijos.
Aumentaba la tensión entre la
pareja y los niños desaparecían cuando los gritos, las agresiones y las señales
de sangre y moratones hacían mella en el cuerpo de Pedro. Sus hijos cada día
lloraban más y por las tardes le preguntaban por qué se pegaban tanto…
Sus compañeros le decían que se
marchara de casa, que no hiciera lo del chiste, que decía: “Un hombre maltratado por su
mujer estaba avergonzado por lo que podían pensar sus vecinos. Sus amigos le
aconsejan que mientras su mujer le pegaba, él gritara ¡toma!, ¡vale!, etc., como
si él le devolviera los golpes. El día que se atrevió a hacerlo, su mujer
histérica lo tiró por el balcón del 6º piso donde vivían. Mientras caía,
convencido de que se iba a matar, para que lo oyeran los vecinos, gritó: ¡pues
ahora, por eso, me voy de casa!”
María, al no poder soportar más
al marido, un día se hizo cortes en la cara y moratones en los brazos, y se dirigió
hacia una Asociación de mujeres maltratadas, para que constaran las agresiones
recibidas, y darse de alta en esta. A partir de ahí recibía subvenciones de ayuda
estatales y con ellas siguió el plan que tenía trazado: denunciar a su marido
por violencia de género. Y contrató con ése dinero a una abogada.
Pronto vino la denuncia por
maltrato de su marido a ella, el juicio, y la petición de Pedro a María que no
hiciera esto pues podrían separarse y sería muy malo para los niños. Pero la
ley no investigó con profundidad la situación real de la pareja y el juez redactó
finalmente una sentencia en la que acusaba a Pedro de maltratador después de
muchas preguntas y respuestas por la parte acusadora como por la acusada.
El juicio lo ganó María, con la
consecuencia de la separación matrimonial y ella se quedaba con la custodia de
los hijos. A él se la quitaron definitivamente. Posteriormente, él intentó
hablar con ella para poder solucionar las cosas, y ver de vez en cuando a sus
hijos, pero ella no se lo permitió nunca.
Ni sus amigos de trabajo pudieron
hacer nada para calmar su desasosiego y su estado de delgadez cada vez más
acusada. Una vez se acercó al colegio para poder ver a los niños. Ella lo
demandó al instante y recibió una carta del juez de que no podía ver a sus hijos
nunca más por los casos de maltrato contra su mujer y que llevaba consigo la
nota de que pudo maltratar alguna vez también a sus hijos.
No podía vivir. Ni sus amigos
podían hacer nada por él que había dado su vida por los niños y por su mujer.
Sin el futuro que quería, entró
en un estado de depresión, de abandono, de soledad y desesperanza. Unos días
más tarde, sus mejores amigos recibieron en la empresa la noticia de su muerte.
Había hecho como en el chiste: “…ahora, por eso, me voy de…”.
Juan-Ramón Moscad Fumadó
Juan-Ramón Moscad Fumadó
Mi comentario tiene unas trazas, según quien lo lea de machista o de atacador de mujeres, pero, si desear males a unas personas yo les deseo a esos "Juristas" que del sexo que sean, que benditos estos tiempos en que no seles puede acusar a ellos de malas praxis.
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