Twync y BidV

lunes, 28 de noviembre de 2016

Lo contrario (Concurso #Historias de Superación, de Zenda Libros)

LO CONTRARIO

Llevaban casados diez años. Una pareja desigual en cuanto al físico y la formación. Un administrativo y una veterinaria. El marido mediría unos 1,85 m y ella 1,50. La diferencia de altura era constatable cuando estaban juntos.

Fueron capaces de tener hasta 4 hijos en ésos años de relación matrimonial. Los niños habían salido al padre: cariñosos, amables, educados, respetuosos, etc. Todo esto se lo había inculcado Pedro, el padre, que tenía las tardes libres y que intentaba formarles en el respeto mutuo. A las dos niñas mayores les decía que no había que pegar a los otros dos niños más pequeños sólo porque fueran mayores que ellos, ni siquiera insultarlos, reírse de ellos, etc. Solo les transmitía el respeto que debían tenerse y los formaba en humanidad y convivencia.


Su mujer, a veces, venía a casa por la noche con un malhumor terrible. Y le gritaba a su marido: “¿Todavía no has hecho la cena?”, ¿Qué has estado haciendo? ¿Jugar con los nenes? Y todavía estás haciendo ejercicios con ellos…
Él intentaba calmarla diciéndole que se ponía a hacer la cena porque ya estaban acabando. Pero ella, sentada fumándose un cigarrillo, le seguía gritando que no servía para nada, ni siquiera para traer tanto dinero como ella para vivir... Y mientras tanto, sus hijos escuchando medio asustados del histerismo de la madre, a la que cada vez querían menos.

Claro, estos temas salían en las conversaciones que él tenía con sus compañeros en el trabajo. Y recibía un montón de consejos como, por ejemplo, que cuando ella intentara pegarle en momentos de gran tensión, y a veces lo hacía de verdad, ya que él era tan alto, podía defenderse de ella, María, con una altura de una enana, y dejarla KO con un tortazo fuerte.

Los casos de violencia de ella contra él seguían produciéndose, tanto verbal como física. Los compañeros de trabajo de Pedro, muy sensibilizados por el caso, le decían que la denunciara a la justicia, pero su carácter pusilánime no le permitía realizar tal acción, pues podía acabar con una separación y una pérdida de sus hijos.
Aumentaba la tensión entre la pareja y los niños desaparecían cuando los gritos, las agresiones y las señales de sangre y moratones hacían mella en el cuerpo de Pedro. Sus hijos cada día lloraban más y por las tardes le preguntaban por qué se pegaban tanto…

Sus compañeros le decían que se marchara de casa, que no hiciera lo del chiste, que decía: “Un hombre maltratado por su mujer estaba avergonzado por lo que podían pensar sus vecinos. Sus amigos le aconsejan que mientras su mujer le pegaba, él gritara ¡toma!, ¡vale!, etc., como si él le devolviera los golpes. El día que se atrevió a hacerlo, su mujer histérica lo tiró por el balcón del 6º piso donde vivían. Mientras caía, convencido de que se iba a matar, para que lo oyeran los vecinos, gritó: ¡pues ahora, por eso, me voy de casa!”

María, al no poder soportar más al marido, un día se hizo cortes en la cara y moratones en los brazos, y se dirigió hacia una Asociación de mujeres maltratadas, para que constaran las agresiones recibidas, y darse de alta en esta. A partir de ahí recibía subvenciones de ayuda estatales y con ellas siguió el plan que tenía trazado: denunciar a su marido por violencia de género. Y contrató con ése dinero a una abogada.

Pronto vino la denuncia por maltrato de su marido a ella, el juicio, y la petición de Pedro a María que no hiciera esto pues podrían separarse y sería muy malo para los niños. Pero la ley no investigó con profundidad la situación real de la pareja y el juez redactó finalmente una sentencia en la que acusaba a Pedro de maltratador después de muchas preguntas y respuestas por la parte acusadora como por la acusada.

El juicio lo ganó María, con la consecuencia de la separación matrimonial y ella se quedaba con la custodia de los hijos. A él se la quitaron definitivamente. Posteriormente, él intentó hablar con ella para poder solucionar las cosas, y ver de vez en cuando a sus hijos, pero ella no se lo permitió nunca.

Ni sus amigos de trabajo pudieron hacer nada para calmar su desasosiego y su estado de delgadez cada vez más acusada. Una vez se acercó al colegio para poder ver a los niños. Ella lo demandó al instante y recibió una carta del juez de que no podía ver a sus hijos nunca más por los casos de maltrato contra su mujer y que llevaba consigo la nota de que pudo maltratar alguna vez también a sus hijos.
No podía vivir. Ni sus amigos podían hacer nada por él que había dado su vida por los niños y por su mujer.


Sin el futuro que quería, entró en un estado de depresión, de abandono, de soledad y desesperanza. Unos días más tarde, sus mejores amigos recibieron en la empresa la noticia de su muerte. Había hecho como en el chiste: “…ahora, por eso, me voy de…”.

Juan-Ramón Moscad Fumadó

1 comentario:

  1. Mi comentario tiene unas trazas, según quien lo lea de machista o de atacador de mujeres, pero, si desear males a unas personas yo les deseo a esos "Juristas" que del sexo que sean, que benditos estos tiempos en que no seles puede acusar a ellos de malas praxis.

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